miércoles, 13 de mayo de 2015

Mar Marchante Ortega By Juanjo Sánchez

Aguacero que empapa de sentimientos el alma; tapiz de acuarelas, colores y aromas; sedienta del saber es el epicentro de profundas huellas que marcan la naturaleza de su presencia. Es la filosofa del eje del amor, la deriva de los pactos de silencios, la musa que en su propio hábitat bracea en un cálido océano de sensaciones. Es el grito de la libertad, la báscula imaginaria de la justicia, la sonrisa de la pasión y la rosa coloreada de rojo entusiasmo por las letras, las palabras y la honestidad; es el magma que navega con fluidez por la aorta de la creatividad; su ingenio el florete mosquetero con el que esgrime su estilográfica; su argumento para amar la literatura: el caldo de cultivo de la nueva savia literaria, la siembra y la conjunción del verso, ese verso que emana del fondo de un bosque literario atiborrado de memoria, de recuerdos y de pasiones. 

Mar es el canto de su hechizo por la vida, la dueña de sus ilusiones y la Señora de sus palabras; el llanto que derraman sus sentimientos, el tórrido gesto de la felicidad, la expresión de sus fantasías, la metáfora del análisis alegórico de un mundo en paz que acaba atrayendo para sí, y para los demás, el hermoso pasaje que traduce las incertidumbres en soluciones eficaces.

Mar, como su propio nombre indica, es la abundancia de los pescadores, el sentimiento de los nostálgicos, la adaptación a las dificultades, la salvación del marinero perdido entre sirenas, la imagen del género femenino convertida en poeta de maestros, extraordinaria compositora de música, aquella que, en el estado puro de sus versos, suena en armonía con su pensar, su sentir y su amar. Es el atractivo retrato de una mujer llamativa, sugerente por su inteligencia, por su desparpajo, por esos ojos verdes terciopelo, amplia e inmaculada sonrisa decorada por el carmín de sus labios y la emoción que emana de su aura cuando expresa, entre sus sentimientos, la sed, irremediable y ambiciosa, del filósofo por conocer. 

Astróloga de un Universo literario atemporal se rige por la diosa romana del amor y por el germano nombre de Heinrich, transcrito al español: Enrique, ese pequeño duende de pureza que con su presencia inunda su realidad de felicidad. Mar es un brote de esperanza azulada, es la realidad de una felicidad inundada por el pequeño líder al que sigue, una criatura con no más de tres años, el Amo de su casa, al que adora, al que mima; por la literatura, por el sentir rítmico de su corazón, el mismo que bombea sustancias que sacian el deseo en el sediento y el apetito en el necesitado. En la sempiterna búsqueda del equilibrio, es la armonía conciliadora entre el otoño del norte y la primavera del sur. Adicta al perfume Dior, a los abrazos y al mar es la caricia, la pasión del amor y la constancia del oleaje.

Imperdible de amaneceres dorados es el adhesivo que fortalece dóciles noches despejadas. 

Mar es la misma que, a luz de la esperanza, ilumina atardeceres y penumbras. Es una Odisea cultural, un volcán de imaginación, un espíritu incansable al servicio de la cultura, del conocimiento, de la enseñanza, de la literatura, de la poesía. Es ella el ímpetu y la erosión que con el amor deteriora intolerancias, la restauradora de las partidas de ajedrez, una estratega que, aderezada por la mirada limpia de un niño, desempolva a diario su esencia de hija, mujer y madre.

Deliciosa y agradable al paladar de los sentidos, el aroma que destila, es, ya, el aroma a la historia, a la memoria y al adjetivo generosidad, adjetivo en el que se enfunda su Dama de las letras andaluzas: Lola Peche Andrade.

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