viernes, 19 de febrero de 2016

Reencuentro

Hoy amaneció tras los montes y se inundaron de luz los prados. Recibí la llamada de un viejo amigo, uno de esos que hacía quince años que no veía pero, como sólo ocurre con los amigos de verdad, desde el mismo momento de comenzar a hablar, hemos sentido que retomábamos aquella conversación de hace década y media, como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si nos hubiéramos quedado detenidos allá, en aquel momento en que nos despedimos, para volvernos a encontrar hoy. Cuando notamos esa sensación, es porque llora un sauce a nuestro lado, besando la tierra sin lamento sino, más bien, reconociendo la dicha, la suave caricia del recuerdo embelesado por los años. 

Nos hemos contado las penas y alegrías que nos han salpicado en este tiempo, desplazando las nubes grises, empujándolas con la brisa de las buenas vibraciones hasta descubrir un mosaico de cielo azul en el cielo, apenas un retazo del cielo azul que una vez conocimos... pero sigue siendo azul y eso es lo que importa. Mi amigo me ha hecho un regalo valiosísimo. Me ha entregado, sin pedirlo, sin costarle lo más mínimo, esperanza. Me ha regalado una poderosa pócima contra cielos encapotados, me ha mostrado que el sol (débilmente a veces) siempre quiere mostrarse desde detrás de los montes para que, en su intento, lleguen hasta nosotros sus destellos amortiguados entre la sombra que ofrece la arboleda diaria... y debemos corresponder.

Mientras le oía hablar le imaginaba siendo niño, flacucho, muy tímido y agradecido siempre por el más mínimo trato amable. Ahora me hablaba un señor que apenas recordaba a aquél. Con una fuerza de carácter forjada sin duda tras recibir infinidad de golpes durísimos que hay que saber encajar, con una energía no apta para cardíacos ni muertos en vida, cargado de positivismo y borracho de amor, enarbolaba las frases con la cadencia propia de los que han salido airosos tras batirse en duelo con la muerte ataviada de dragón o de aterciopelada dama, quizá. Un hombre nuevo, sí. Pero tras todo eso seguía allí mi amigo.

Querido Juan José, cuando leas esto, quiero que sepas que te doy las gracias y mi enhorabuena. Tu llamada ha sido como el canto del gallo cuando las primeras luces, rompiendo el silencio matinal desde el hórreo verde y blanco. Ha sido como una oración en medio de la desolación. En estos tiempos en que tanto he escrito contra políticos, contra la crisis, siempre contra algo o alguien... hoy tú me has inundado de paz, colega. 

Ya se tiñen de color los prados en verde aterciopelado, maizales vestidos de verde, verdes manzanos, eucaliptos esmeraldas, brisas cargadas de aromas mentolados. Y en esos matices de chavales jugando al fútbol, imaginando, saliendo, entrando, riendo y llorando... dos hombres que fueron niños, dos niños que soñaron ser hombres.

Gracias, Juan José, por seguir siendo único. Gracias por permitirme experimentar la gracia de contemplar la vida allí... donde llora el sauce y besa la tierra.





"Reencuentro" By Joaquín Ferrá Mojica - Escritor -. Reposición de una entrada publicada, en un Blog desaparecido, el 19 de abril de 2010 y propiedad del mismo autor titulado "Catedrales de Viento". © All right reserved 

Entrada en este espacio AUTORIZADA.
Maqueta y publicación: Juanjo Sánchez



No hay comentarios: